lunes, 23 de julio de 2012

Forma propia, engendramiento, no imitación ni repetición. Tras la huella de Karl Blossfeldt

Para tener un desarrollo sano, todo arte precisa un estímulo que lo fecunde. Solo de la inagotable fuente de la eterna juventud que es la naturaleza, de la que han bebido los pueblos de todos los tiempos, puede el arte tomar una energía y un estímulo nuevos para desarrollarse sanamente. La planta ha de considerarse como una estructura auténticamente artística y arquitectónica. Frente a un impulso ornamental y rítmico, que prevalece en toda la naturaleza, la planta solo crea formas útiles y funcionales. Se ve obligada a desarrollar órganos que, en una lucha permanente por la subsistencia, le permitan resistir, mantenerse viva y responder a una necesidad específica. Crece siguiendo las mismas leyes de la estática a las que debe someterse cualquier arquitecto. Pero la planta no se reduce nunca a un diseño únicamente sobrio; va modelándose y adquiriendo una forma según las leyes de la lógica y del funcionalismo y, con una fuerza primigenia, empuja todo a adoptar una forma artísticamente sublime.
En este sentido, la naturaleza -que ejerce sin descanso su oficio de constructor- es nuestra mejor maestra, no solo en el arte, sino también en el campo de la técnica. Educa a la belleza y a la interioridad y es una fuente del más noble placer.

 Karl Blossfeldt
























































































El arte y la naturaleza, las dos grandes manifestaciones de nuestro entorno, tan íntimamente unidas entre sí que no es concebible la una sin la otra, nunca se podrán encorsetar en la fórmula de un concepto. Por muy inmensamente complejo que sea el reino de las formas minerales, animales y vegetales - que crecen y perecen entre nosotros-, todas ellas están definidas por una ley trascendente, inmutable y eterna, y obedecen a la autoridad misteriosa e insondable de la creación que las llamó a la existencia. Toda forma natural es repetición permanente del mismo fenómeno durante milenios; solo está sometida a los cambios debido a las variaciones climáticas o de las características del suelo, cambios que no afectan a la sustancia. Los helechos y las colas de caballo tienen su forma actual desde tiempos inmemoriales. Lo único que ha cambiado es su tamaño, debido a la influencia de la atmósfera terrestre.
Lo que diferencia las obra de arte de la naturaleza es el resultado del acto creador:  la acuñación de una forma propia, engendramiento, no imitación ni repetición. El arte emana directamente de la corriente de fuerzas de una época, y es su expresión más visible. Al igual que la intemporalidad de una brizna de hierba aparece, monumental y venerable, como el símbolo de leyes originales y eternas de la vida , la obra de arte conmueve precisamente por su unicidad, por ser la manifestación más concentrada, el arco voltaico que une los dos polos: pasado y futuro. Desde el templo asirio hasta el estadio contemporáneo, desde el buda sumido en la contemplación hasta el pensador de Rodin, desde la cromoxilografía china hasta el heliograbado actual: toda obra realizada por las manos del hombre revela el espíritu de su época con tal evidencia que fácilmente se puede adivinar la fecha en que se hizo. En la creación artística de cada generación queda documentada su postura con respecto tanto de la naturaleza como de Dios y de las matemáticas. Cuanto más se integre todo el presente en una obra, más cierto será su valor de eternidad.

Karl Nierendorf

Serie "Tras la huella de Karl Blossfeldt", Dibujos a tinta china S/ Papel Zerkall 350 grs de Inés González